jueves, 15 de diciembre de 2016

EMPLEO PÚBLICO, SOCIEDAD Y ESTUDIOS O CARRERA

El gran número de concurrentes en las oposiciones a Correos y, en ellos, la abundante presencia de titulados universitarios, me lleva a pensar que nuestra sociedad en la actualidad está asentada en actitudes que pueden encuadrarse en el buenísimo o en ciertos modos de comodidad. Vemos que no se prima el esfuerzo y la competencia se estima como algo negativo o un enfrentamiento. Todo ello no conduce a valorar la excelencia y acostumbra a considerar que todo no es debido y se configura una idea de la igualdad que no favorece el progreso social y que acaba exigiendo todo de la acción pública o del Estado. De otra parte, al negar el esfuerzo, la competencia, el mérito y la excelencia no sólo se aboca a la acomodación, sino que se niega la selección que favorece el progreso y avance social. Principios o valores que son estimables pueden acabar siendo una trampa para muchos de nuestros jóvenes o ciudadanos.

Por ejemplo, hoy es normal considerar, cuando se llega a los niveles de estudios que, finalizados, nos permiten la entrada o nos conducen ya al mundo laboral, que lo mejor es estudiar lo que nos guste; pero si lo que nos gusta es lo que gusta a muchos  o se ha puesto de moda o se ha multiplicado su oferta por la dinámica de los centros docentes universitarios, etc., al finalizar loe estudios y entrar en el "mercad", nos podemos encontrar con la existencia de una competencia que no se realizó antes y que lo hecho no nos conduce a nada sino al fracaso y la decepción y al paro laboral. Y no se realizó antes, por el buenismo señalado y porque, creada una competencia entre los centros docentes universitarios, el nivel de exigencia no existe, pues la permanencia o avance del alumno afecta a la supervivencia o no del centro; lo que quiere decir que afecta al empleo del profesor que evalúa.

En situaciones como esta, muchos ponen su mirada en el empleo público y también en él, cuando no se trata de puestos de confianza donde el mérito y capacidad no cuenta, de nuevo se encuentran con la competencia, pero también con otros factores aleatorios que también pueden hacer insuficiente o inútil el esfuerzo, ahora sí realizado. De otro lado, si las Administraciones actúan conforme a Derecho, el que sí compitió y se esforzó en el período de estudios cobra ventaja y obtiene rendimiento.

Quizá lo que sí es exigible al Estado es que en la planificación de las enseñanzas y autorizaciones consiguientes considere el mercado y oriente con sentido práctico y, naturalmente, establezca la selección y criterios en atención al mérito y capacidad, valorando adecuadamente el rendimiento escolar y en todos los niveles educativos. La evaluación no es un trauma que hay que evitar, forma parte esencial de la educación y forma el carácter y repercute en la sociedad, en su madurez y fortaleza.

Es de considerar que, de este modo, la selección que realiza el mercado no será tan traumática y no tendremos tantos titulados universitarios en paro o abocados a empleos públicos de nivel alejado al de sus estudios, ni tantos con títulos acordes o adecuados al empleo que pretenden que se topen con un número exagerado de competidores y unas pruebas de acceso al empleo público que para los titulados por encima del título requerido son más asequibles. Se llega así a una situación desajustada y a una competencia mayor de la normal y en especial cuando los aspirantes que están en el nivel que verdaderamente exige el puesto al que se concurre no llegan a alcanzarlo, porque lo alcanzan los de titulación superior; los cuales lo consideran sólo un paso, un remedio y lo sirven de modo inadecuado o con frustración o de modo negativo. Incluso, ante ello, puede darse que la organización, atendiendo a necesidades no formalizadas en puestos, modifiquen sus tareas y funciones, creando disfunciones orgánicas, organizativas y de plantilla y en la selección de personal. Al mismo tiempo que, si las situaciones informales persisten mucho tiempo, aboque todo en insatisfacciones y reclamaciones laborales y jurídicas. La formación universitaria que yo viví habilitaba, en la mayoría de los casos a un ejercicio profesional privado y por tanto de responsabilidad profesional o a la concurrencia empleos públicos y, aún habiéndola, con menos competencia que en la actualidad, pues el número de universitarios era menor y menos los frustrados. Para muchos y según carreras la Universidad otorgaba una formación humanitaria esencial que hoy creo o me parece que se ha perdido. Muchas universidades, muchos títulos, mucho profesorado, muchos....Es indudable que las decisiones o políticas públicas influyen en nuestra sociedad y ésta a su vez influye en las decisiones públicas. 

También hay que tener en cuenta que en la Administración pública en la gestión de recursos humanos, en el desajuste señalado, se acaban tomando soluciones propias de la empresa privada pero que en lo público distorsionan el sistema selectivo y de acceso a la función pública y al mérito y capacidad, pues eliminan la concurrencia a la corta y a la larga; ya que si el desajuste es general se piden soluciones en favor de los afectados que suelen restringir el acceso de los que, estando fuera de la organización, quieren acceder a ella o los conduce igualmente al acceso en los niveles inferiores de la función pública. Acaba todo en un sistema de promoción interna general que afecta al  principio básico y principal del acceso a la función  pública.

Algo falla en general, pero creo que es factor principal el sistema educativo. Nos hemos hartado de oír que hay que promocionar la formación profesional pero hemos fomentado la universitaria y a ésta con base en la practicidad se le ha acabado atomizado en títulos y másteres que no hacen profesionales sino acumuladores de méritos con vistas al empleo en general, pero más respecto del empleo público y la carrera en su seno. No es tanto la experiencia y el trabajo directo el que promociona, pues la evaluación del funcionario se reduce a la valoración de méritos reseñados documentalmente pero no se realiza valorando el ejercicio de una función, tarea o labor diaria y respecto de un puesto o puestos concretos y cara a otros de mayor responsabilidad. El directivo público de nivel medio no ejerce de jefe sino de compañero y no evalúa dentro del sistema o por procedimientos legalmente establecidos y el de nivel superior enlaza más con la formulación e implementación de políticas públicas que en la dirección y evaluación del personal de su organización. En definitiva, pues, el empleo público se ha convertido en una salida para los que acaban sus estudios, pero se han potenciado los empleos de confianza y los temporales, mientras el sistema por excelencia de selección, oposición o concurso-oposición, no se convocan o han de tener en cuenta los servicios temporales ya prestados en las Administraciones públicos, a los que se accede mediante pruebas más sencillas, bolsas o a dedo. Pero, cada día más, las pruebas se van imponiendo hasta para el empleo laboral y resulta absurdo que las Administraciones, en especial, los entes locales, realicen esfuerzos organizativos dirigidos a este tipo de empleo y no se realice, individual o colectivamente, para unas pruebas definitivas que conlleven el acceso como funcionarios de carrera o laborales fijos. Los mismos aspirantes figuran en bolsa diferentes, en general para pocos empleos y con muchos aspirantes.

Creo que el sistema selectivo requiere de una reforma, no para eliminar el mérito y la capacidad, sino para todo lo contrario y para que el esfuerzo selectivo no se disperse en múltiples bolsas de temporalidad u oposiciones, a las que concurren los mismos aspirantes. Alguien ha de asumir procesos de centralización que promuevan la eficacia y reduzcan la temporalidad a los límites imprescindibles. Tampoco se puede reducir la entrada o el acceso en función del gasto o congelar las plantillas, para luego acudir a promociones internas dispersas y continuadas que incluso no tienen aspirantes y se dirigen a conservar a los interinos o se realizan mecánicamente porque una ley de presupuestos permite que todo sea promoción interna, sobre una base absurda y perversa que afecta a los jóvenes que quieren acceder a la función pública y que se esfuerzan vanamente en prepararse para una oposición, a la que se enfrentan en situación de desigualdad, porque el sistema ha creado una serie de empleados temporales permanentes. Hay mucho que rascar y mucho interés bastardo y poco general.


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